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El sueño de Turing

Computación y visión hacia el futuro, a través de éste genio.

Rodrigo Bernardino

2/7/20252 min read

Eran los primeros años de la década de los 50, aún no se conocía el término Inteligencia Artificial, en una habitación mal iluminada en Manchester, un hombre escribía ecuaciones en una pizarra con la obsesión de quien intuye que la historia está a punto de cambiar. Alan Turing, el genio que descifró los códigos nazis y acortó la guerra en años, ahora tenía otra fijación: ¿Una máquina podría pensar?

Turing no era el primero en preguntárselo. Medio siglo antes, Ada Lovelace, la hija de Lord Byron, había previsto que las máquinas podrían manipular símbolos más allá de los números. Y antes de ella, Leibniz había soñado con un lenguaje universal que permitiera a las máquinas razonar. Pero Turing hizo lo impensado: en 1950 propuso un juego, un test, donde una máquina y un humano serían interrogados sin ser vistos, y si las respuestas de la máquina eran indistinguibles de las de la persona, entonces pensaríamos en ella como un igual. No era un desafío técnico, sino filosófico: ¿qué es la inteligencia, después de todo?

Nadie lo tomó en serio en su tiempo. Las computadoras eran enormes refrigeradores llenos de bulbos que hacían sumas y nada más. Pero Turing veía más allá. Como los antiguos alquimistas que soñaban con crear vida en un matraz, él imaginaba una mente dentro de una caja de metal.

Lo que no podía prever era que, setenta años después, su experimento saldría del laboratorio y entraría en la vida cotidiana. Que millones de personas hablarían con inteligencias artificiales como si fueran oráculos modernos, que países y empresas multimillonarias se disputarían la supremacía de modelos capaces de escribir novelas, pintar cuadros o diagnosticar enfermedades.

Hoy, ChatGPT, DeepSeek, Gemini y algunos otros han superado la prueba de Turing sin que sea la gran nota. No en el sentido de ser indistinguible de una mente humana, sino en algo más profundo: ya no nos preguntamos si una máquina puede pensar, sino qué haremos con las que ya lo hacen.

Turing murió sin ver su sueño cumplido, perseguido por un sistema que lo castigó y no por sus ideas, sino por amar a la persona equivocada. En su última carta escribió que aún tenía mucho por hacer. Tal vez nunca imaginó que su experimento sería nuestra guía todos los días, en cada pregunta que le hacemos a la máquina.